El problema que existe actualmente entre el coaching y la psicología se relaciona con la dificultad de definir el coaching como elemento independiente. Esto se debe a que el coaching es una técnica interdisciplinar que puede ser utilizada en campos muy diversos, es decir, una técnica transversal a muchas disciplinas que se valen de este para abordar ciertos problemas y situaciones. Por eso para comprender la diferencia fundamental entre el coaching y la psicología, hay que atender al hecho de que la psicología es una ciencia aplicada, mientras que el coaching es una disciplina técnica que ha sido elaborada como una especie de metodología estratégica. De una forma general se diferencia de la psicología no por sus contenidos respectivos, sino por su condición técnica y su enfoque particular. Actualmente se ha divulgado toda una serie de diferencias contrapuestas entre el coaching y la psicología, que en muchos casos son falsos contrastes motivados por intereses comerciales que pretenden resaltar las ventajas del coaching. Pero esta comparativa parcialista cae en tópicos demasiado gruesos para comprender realmente lo que son ambas disciplinas, si bien a cierto nivel resultan prácticos, pero muchos de sus puntos son contrastes tendenciosos que llevan a la confusión y el malentendido. Todo este malentendido se ha derivado de la necesidad de diferenciar al coaching en el mercado en relación a la psicología, tratando de presentarlo como un producto con una imagen de marca diferencial para hacerlo atractivo al consumidor. Resulta demasiado fácil manipular el lenguaje para conseguir un manejo de impresiones que haga a uno creer cosas que en realidad no son del todo como se están presentado, vicio de una sociedad de consumo en la que el marketing no se utiliza correctamente, sino como una herramienta de manipulación en función de los propios intereses. La comparativa del coaching y la psicología es una racionalización de gente que ha querido creerse, y hacer creer al mercado, que el coaching no tiene nada que ver con la psicología, cuando esto no es así.
El coaching es una orientación metodológico estratégica de carácter eminentemente práctico, que permite la intervención a unos niveles y en unos marcos en los que la psicología puede resultar demasiado lenta y pesada. No se puede aceptar, bajo ningún concepto, la comparativa que pone al coaching como una discplina práctica, y a la psicología como una disciplina teórica, ya que la psicología presenta amplios campos de aplicación que precisamente han sido cuna para el coaching, como la psicología de las organizaciones y el trabajo, o las psicoterapias de desarrollo personal como la humanista centrada en cliente, las cognitivo conductuales, las racionalistas emotivas, y las psicodinamicas breves. El coaching ha aparecido en un momento en el que la aplicación practica de la psicología empezó a dispararse en ámbitos empresariales y deportivos a través de disciplinas como la Programacion Neurolinguistica (PNL), y esto lo ha desmarcado de la psicología por los ámbitos y las formas en que se ha aplicado. No tiene sentido el diferenciar ambas disciplinas por dirigirse a sujetos con trastornos o sanos, o que una va a lo negativo y la otra a lo positivo. En este sentido, que es una de las más preocupantes confusiones, hay que tener claro que el coaching, por dirigirse a sujetos presuntamente sanos, se diferencia de la psicopatología, pero esto no lo excluye del campo de acción de la psicología, en concreto de la psicología aplicada al desarrollo humano, sea en campos laborales, deportivos o personales. No se puede ignorar tan gruesamente el hecho de que la psicopatología no es equivalente a la psicología en general, sino que es precisamente una de las áreas aplicadas de la misma, junto a la psicología empresarial, la educativa y otras. Y como es evidente, no se puede concebir un proceso de coaching sin atender a los defectos y las debilidades de una persona, deportista o empresa, punto esté delicado, ya que el afán de ir a lo positivo es uno de los postulados fundamentales de la formación de un coach, que luego en la práctica no se respeta en absoluto, entrando muchas veces por esto en el ámbito de lo psicoterapéutico.
El coaching no es psicopatología, de la misma forma que la psicología aplicada a la empresa o el desarrollo humano tampoco es psicopatología. Ni siquiera la psicoterapia puede restringirse a lo estrictamente psicopatológico, ya que todos los modelos psicoterapéuticos como el humanista, el existencial, el cognitivista o incluso el psicoanalítico se dirigen en último término al desarrollo de yo y la identidad individual del ser humano, en un proceso muy bien descrito por Jung como proceso de individuación. Lo que sucede es que se ha querido afirmar la identidad del coaching contraponiéndolo a la psicología, entendiéndola de una forma gruesa a través del concepto popular de la psicología clínica, pero esto es un grave error conceptual, como también lo es pensar que la psicología trata a sujetos con trastornos para que consigan ser normales, mientras que el coaching hace que sujetos normales sean extraordinarios. Woody Allen es quien es, en gran parte gracias al psicoanálisis, y esto es algo que no es de ninguna manera discutible. La realidad, en este sentido, es que lo que se entiende por sujetos normales, el criterio de normalidad, es un criterio estadístico basado en una población que padece, por definición, lo que se llama neurosis encubierta, y que el auténtico desarrollo humano que conduce a la excelencia es, entre otros elementos, un proceso de desneurotización del individuo. Esta es una de las mayores ingeniudaes de los coaches que no tienen formación de psicólogos y practican coaching personal con individuos o en empresas, incluso de muchos psicólogos en ejercicio, el ver las alteraciones psíquicas como una colección de caricaturas grotescas de las que la población general está eximida, cuando la realidad de la población masiva en nuestra cultura es la de la patología blanca, es decir, un estado de enfermedad psíquica encubierta y normalizada. Pero esto es una noción que hemos perdido por completo por suponer una realidad masiva en nuestra sociedad. Por lo tanto, plantear el coaching como una herramienta que, per se, lleva a la excelencia humana, es un concepto ingenuo que no se sostiene en el mundo real, y una sobrevaloración de lo que en realidad es, como ya se ha dicho, una metodología de abordaje práctico de ciertas situaciones que conduce a la excelencia operativa en tareas concretas o ciertos patrones de comportamiento, lo cual no tiene que ser necesariamente un elemento humanizador de las personas.
La psicología es la disciplina que estudia la estructura y las funciones de la mente humana, las leyes que la rigen, y sus procesos de desarrollo, en sus dimensiones conativa, intelectual, afectiva, conductual, neurofisiológica y bioquímica, tanto en su manifestación interna como en su expresión psicosocial y sociocultural, ya sea en sus aspectos conscientes, inconscientes, sanos, patológicos, sociales, evolutivos, educativos o laborales. Entonces, el coaching no es psicopatología, porque no trata a gente con trastornos reconocidos y explícitamente diagnosticados, pero si que es psicología, por tratar con pensamientos, emociones y comportamientos del aparato psíquico de sujetos normales que quieren ser mejores. No debe perderse de vista el hecho obvio de que todo lo que trata sobre ideas, emociones y comportamientos de un sujeto trata sobre su psiquismo, se traten sus focos neuróticos o se dejen estos de lado. El coaching es psicología, ineludiblemente, porque su objeto simple y concreto de aplicación es el psiquismo humano, en sus niveles cognitivo, afectivo y conductual, porque promueve el aprendizaje y desarrollo de nuevas habilidades dentro de estas dimensiones de la mente humana, y en sus proyecciones al ámbito social, laboral y personal. Otra cosa es que sus procedimientos tengan un carácter particular de intervención orientada, por ejemplo, al logro de ciertos objetivos, sin introducirse en las profundidades neuróticas, pero su metodología específica no puede tomarse como aspecto excluyente del hecho de que su campo de acción fundamental es el psiquismo humano y su proyección en cualquiera de los ámbitos psicosociales.
En este aspecto al coaching le sucede con la psicología lo que a esta misma le sucede con ciertas disciplinas filosóficas de carácter místico-operativo, por no existir limites bien definidos entran en ámbitos que no les corresponden. Tan irreal es la pretensión del coaching de excelencia humana, si se entiende esta como algo más allá de la excelencia operativa en tareas concretas, como la pretensión de la psicología de llevar a la trascendencia del ser, si bien es cierto que toda ayuda es bienvenida. Por eso debemos tener muy claro cuál es el lugar de cada cosa si no queremos extraviarnos por el camino. La excelencia humana y la trascendencia del ser son objetos propios de disciplinas espirituales de carácter técnico reservadas a ciertas personas con la disposición necesaria para su práctica comprometida, y no objetos de marketing empresarial que traten, en el fondo, de hacer del desarrollo humano un negocio, como a veces peca el coaching, o una cuestión de enfoque científico particular, como le sucede a la mayoría de planteamientos de la psicología actual. La metáfora principal que planteo para diferenciar ambas disciplinas es la de la artillería de guerra: la psicología es artillería pesada, el coaching es artillería ligera, por lo que cada una tiene un momento y unas condiciones específicas de aplicación. La psicología busca, por decirlo de una forma general, la movilización y corrección de la dinámica intrapsíquica a niveles profundos de la identidad, es decir el desarrollo madurativo de la identidad a través del equilibrado y la transformación sustancial del aparato psíquico del sujeto en su dinámica interna, lo que implica tanto el desarrollo de habilidades para lograr un propósito especifico, como el tratamiento de los aspectos intrapsiquicos que subyacen a dichas habilidades y fines propuestos. El coaching busca la adquisición, entrenamiento y desarrollo de habilidades para lograr propósitos específicos de manera que los sujetos alcancen mejores rendimientos en sus ocupaciones, y en último término la excelencia. Habría que distinguir aquí excelencia operativa, en una tarea concreta, de excelencia humana. Es un sinsentido que el coaching pretenda la excelencia humana yendo solamente a los contenidos positivos de las personas, desarrollando sus fortalezas y cualidades, ya que la excelencia depende, fundamentalmente de la transmutación de los defectos más oscuros sepultados en el inconsciente. En consecuencia, la excelencia humana es objeto exclusivo de filosofías místicas instituidas por maestros que se hallan en la disposición de guiar procesos ascéticos, alquímicos y teúrgicos, entre otros, que se hallan muy por encima del ámbito de alcance tanto del coaching como de la psicología. La única excelencia a la que conduce el coaching es la excelencia humanoide, entendida como una exaltación de las energías telúricas de personas en un estado neto de consciencia psicológica. De la misma forma, la psicología conduce a una humanización que, si bien rebasa el ámbito de acción del coaching, tampoco rebasa el ámbito psíquico, cuando la humanidad propiamente dicha se halla en el nivel metapsicológico de la conciencia espiritual. Por tanto, teniendo en cuenta esto, se podría decir que el coaching conduce a la excelencia como una fase temprana de este sublime camino, que sería seguida de la fase propia del autoconocimiento psicológico profundo, que culminaría en la fase del conocimiento filosófico-místico de sí mismo.
Lo que sucede en esta comparativa es que la psicología es una disciplina demasiado lenta y pesada en su capacidad de intervención real para el mundo en el que vivimos, y que el coaching presenta una metodología mucho más ligera y aplicable a la realidad de la sociedad actual, y sobre todo al estado psíquico del ciudadano medio y las condiciones de artificio acelerado en las que este se ve inmerso. Es en este sentido en el que se presenta como una técnica de intervención más manejable y adecuada para ciertos propósitos prácticos en los que no hay tiempo ni espacio para profundizar en el ser y apremian las soluciones inmediatas. Esto es así aun considerando técnicas de intervención psicológica de corte humanista como la psicoterapia centrada en el cliente de Rogers, u otros enfoques de intervencion breve como el racional emotivo de Ellis, o la terapia psicodinamica breve, ya que por muy manejables que sean estos enfoques terapeuticos de orientacion evolutiva y humanista, de los que se ha derivado el coaching, no podrian ser aplicados con la ligereza y el poco tiempo con el que se aplican, en algunos casos, las tecnicas de coaching. Es en este sentido en el que el coaching toma cuerpo y espacio como artilleria-ligera con connotaciones mucho más prácticas y específicas para abordar ciertas situaciones de una manera rápida y eficaz. Lo que resalta su acentuado carácter táctico. Pero como instrumento táctico debería ser encuadrado en un plan estratégico que no perdiera la dimensión psicológica-moral a un nivel de mayor profundidad, o de lo contrario sus resultados no serán consistentes a largo plazo. Este hecho se ve claramente contrastando al coach no solo con el psicólogo sino con el asesor filosófico o mentor, ya que el coaching, a diferencia de estas disciplinas, por sistema, no cuestiona la adecuación de los objetivos planteados por el cliente, precisamente porque estas cuestiones se salen de su radio de acción real, lo que no quiere decir que el propio coach no trate de abordar este aspecto, en la medida de lo posible, en la realización de su trabajo.
El coaching se limita al aprendizaje, a la mejora de los individuos, conecta a las personas con otras posibilidades de hacer ampliando sus perspectivas y opciones, orienta a la reflexión y el sentido crítico con uno mismo, y esto es bueno y necesario, pero hay que tener muy presente que el aprendizaje y la mejora puede darse a un nivel neurótico de la identidad, lo que puede malograr todas sus pretensiones. Un ejemplo paradigmático acerca de este error típico, en las pretensiones de excelencia y desarrollo humano, es el movimiento militar de la Alemania Nacional Socialista de la segunda guerra mundial. Este es un caso radical en el que puede verse claramente que es fácil confundir los deseos neuróticos de perfección personal con los auténticos deseos de excelencia humana, los cuales deben ser concebidos fuera del rango de acción de la propia neurosis. Precisamente los deseos de perfección personal son uno de los rasgos principales de la neurosis, que a su vez se manifiestan con extraordinaria sutileza en la mente de las personas, camuflando todo tipo de complejos y carencias. En este sentido no hay que perder de vista el hecho real, aunque no aceptado por norma general, de que el estado interno de las personas es de neurosis encubierta, y que dicha neurosis se esconde tras la incapacidad de lograr los objetivos que suelen plantearse a través del coaching. Esto hace que uno quiera conseguir objetivos sin entrar de verdad en las raíces profundas que le impiden alcanzarlos.
La ventaja y gran utilidad del coaching es pues que, por no profundizar tanto, puede centrarse con más intensidad en aspectos estratégicos concretos para la consecución de objetivos inminentes, aprendizajes, desarrollo de habilidades, potenciación de capacidades, además de suponer una forma de intervención muy adecuada para estimular la superación personal y la unidad de los equipos de trabajo en ámbitos empresariales, deportivos u otros. No cabe duda de que actualmente supone un refinamiento técnico efectivo para la intervención sumamente práctica, especialmente en empresas, ejecutivos y directivos, no tanto en lo personal cuando se tratan de cosas con trasfondo psíquico o infantil. Educa al sujeto en pensar por si mismo y enfrentar de una forma autónoma sus problemas, presentando nociones muy claras sobre el liderazgo considerado, que promueve las capacidades y autoridad de los subordinados evitando el vasallaje neurótico. Basicamente es una herramienta que permite poner orden en el espacio laboral y personal, y una buena ayuda a realizar cambios importantes en estas áreas. El coaching es, por tanto, un extracto de técnicas psicológicas refinado y aplicado de una forma adaptada al momento, las necesidades y, sobre todo, la mentalidad actual, que se combina con las ciencias de gestión, dirección y administración de empresas, recursos humanos, marketing estratégico, y planificación estratégica. En este sentido el coaching en general, y el coaching empresarial y ejecutivo en particular, vienen siendo una especie de espacio intermedio entre la psicología del desarrollo humano y organizacional, y las ciencias de planificación estratégica, sean estas enfocadas desde lo empresarial, lo comercial, lo educativo, lo deportivo o lo personal.
Por todo esto, hay que diferenciar claramente cuando se habla de coaching digamos puro, del coaching como una forma de aplicación práctica de la psicología bajo cierto enfoque técnico. En muchos casos un coach se dedica a hacer lo que hasta hace unos años hacía un psicólogo: dar talleres de motivación en una empresa, supervisar grupos de trabajo, colaborar en el establecimiento y logro de objetivos, o ayudar a un directivo en materia de liderazgo, etc. Pero en otros casos más particulares, por ejemplo en en el ámbito deportivo o el empresarial, es cierto que el coach realiza una labor especializada que ni un psicólogo deportivo ni un psicólogo del trabajo podría realizar. Estos son casos en los que el coach, por ejemplo, es en realidad un experto en la dirección y la administración de empresas o un deportista de élite que ejerce como entrenador, casos en los que nadie mejor que esa persona para acompañar en los procesos requeridos. Por eso, podría decirse que las ramas del coaching que tienen existencia independiente de la psicología son aquellas que han surgido de ámbitos deportivos, financieros y empresariales en los que expertos en el campo se han tenido que convertir en una especie de consultores, asesores o entrenadores en sus correspondientes áreas profesionales. En estos casos el coach está muy legitimado en su campo, pero son los menos, porque la formación actual de los coaches deja mucho que desear, especialmente en su vertiente privada, ya que esta se limita a una simple certificación a la que se accede normalmente en un corto periodo de tiempo que en la mayoría de los casos no alcanza los doce meses. Es así como se ha hecho un negocio de esta disciplina, y poco a poco se ha ido degenerando porque sus certificaciones pasan a ser un mero producto comercial que se compra por un módico precio. Así todo tipo de profesionales frustrados en su vida laboral, asesores financieros con cargo de conciencia, comerciales que no saben qué hacer de su vida, empresarios en quiebra, en un año se convierten en coaches profesionales supuestamente certificados para guiar el desarrollo humano de otras personas.
Respecto a la esencia del coaching, el diálogo socrático es una técnica psicológica usada desde tiempo atrás para la revisión y modificación del sistema conceptual de un individuo. Albert Ellis, en su terapia racional emotiva, ha aplicado esta técnica dando difusión contemporánea a lo que filósofos como Sócrates, Platón, Zénon y Epícteto recibieron a través de la corriente filosófica órfico-pitagórica. Se puede decir que el coaching es una aplicación del diálogo socrático al contexto terapéutico que definió Carl Rogers, la psicoterapia centrada en el cliente. Rogers definió una situación terapéutica centrada en la potencialidad del cliente en la que el terapeuta trata con este poniéndose al mismo nivel, de una forma no directiva, mostrándose ante este de una forma auténtica y empática, para poder así darle apoyo en su desarrollo humano y personal. Aún así, suele confundirse la no directividad, con ser un igual al cliente, por el hecho de no emitir prescripciones o prohibiciones, cosa que no es cierta, ya que por poco que participe el profesional limitándose a formular preguntas, siempre la relación que establece con su cliente es una relación de influencia, en la que de alguna manera este se encuentra por encima del otro. En este sentido, lo que se pretende evitar con esta máxima del coaching de no dar consejos, es el someter al cliente a cierto vasallaje psíquico, pero el vasallaje psíquico no depende tanto de dar consejos o no darlos, si no de como uno se posiciona psíquicamente respecto del otro, lo que Freud llamó el estado de atención flotante para la desidentificación con el cliente.
Decir que el problema del coaching es su situación actual de indefinición de su identidad disciplinar, es relativo, ya que este estado existe solo en la proyección comercial que se le ha dado a este popularmente. El coaching puro en su origen es una técnica muy claramente definida y de naturaleza interdisciplinar, es decir una técnica transversal a diversas disciplinas que en un momento puede acercarse más a una o a otra según el caso y la necesidad, y aquí radica la confusión que genera el hecho de tener que clasificarlo. Cuando el coaching se utiliza como herramienta psicotécnica para promover el rendimiento humano, en el área que sea, surge este conflicto. Es en este caso dónde entra en pugna con la psicología aplicada y entonces pasa a ser como un niño que no quiere aceptar la autoridad de su padre, la psicología, que a su vez es hija de la filosofía antigua. Y es así como reniega del padre pero quiere ir de la mano del abuelo que se lo consiente todo, porque está ya muy mayor y ha perdido autoridad operativa sobre el nieto. La mayoría de los coaches que ejercen de esta manera defienden que su disciplina no es psicología, no porque sepan lo que dicen, sino porque aceptar este hecho significa tener que hacer el esfuerzo de formarse como psicólogos. Lo mismo le pasa a los psicólogos, que creyendo que su formación debería ser suficiente para hacer lo que hacen los coaches en ciertos ámbitos deportivos o empresariales, tiran contra ellos por sentirlos intrusos en su campo profesional, sin darse cuenta de que ellos, por el hecho de ser psicólogos, muchas veces no están preparados para hacer lo que hace un coach serio y bien preparado en su área. Es totalmente cierto pues, que los fundadores del coaching supieron ver que existía un campo empresarial, deportivo, laboral, y personal, que la psicología no estaba sabiendo cubrir adecuadamente de una forma práctica, de manera que pudieron ofrecer este servicio de una forma eficiente. Y ahí se encuentra el dilema, psicología o no psicología.
En los deseos de dar profundidad al coaching, poniéndole adjetivos como «ontológico» y queriendo asociarlo a la filosofía socrática, se cae en contradicciones inadvertidas, como la de identificarlo con la mayéutica y desvincularlo por completo del psicoanálisis, cuando mayéutica y psicoanálisis son exacatamente la misma cosa, en esencia, una forma no directiva de apoyo en el trabajo introspectivo de autoconocimiento y desarrollo interno, a nivel ínterpersonal, o un proceso reminiscente de toma de contacto con la autentica identidad individual, a nivel intrapersonal. Un psicoanalísta dedicado a la terapia breve psicodinámica, sabe muy bien esto, que el coaching es una especie de adaptación de este método a otros ámbitos de aplicación, pero alterando el principio de causalidad manejado en las orientaciones psicoanalíticas y, en su origen clasico, órfico-pitagóricas, ya que la mayeútica, al contrario de lo que se cree, procede de la doctrina órfica y no de la socrática. En este sentido el coaching, incluido el ontológico, en la medida en la que no puede acceder a una anamnesis real del sujeto en sus motivaciones psicológicas ocultas, no es más que una versión descafeinada de la mayéutica dirigida al conocimiento de uno mismo, sea en su versión psicoanalítica contemporánea, sea en la versión órfico-pitagórica desarrollada por la filosofía platónica. No hay nada más profundo para conocer en uno mismo que las propias motivaciones inconscientes, los propios por qués inconscientes, y en esto radica el auténtico éxito en la vida. Pero para comprender esto hace falta ser un Sófocles o un Eurípides, y hoy en día más que emular a estos hombres lo que hacemos es hacer de su filosofía un traje a medida que nos siente lucido y cómodo. Es así como subvertimos el significado de las cosas según nuestra conveniencia, según, en el fondo, aquellos motivos ocultos que no queremos reconocer por fijarnos solamente en el para qué. Y ya le decía el coro a Edipo, en el apogeo de su desgracia: «he aqui Edipo, el que solucionó los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo, aquel que no quiso saber de su linaje y al que todos miraban con envidia por su destino, ¡¡en qué cúmulo de terribles desgracias has venido a parar!!» (Edipo Rey, v. 1525, Tragedias de Sófocles).
Claro esta que nada es bueno ni malo, ya que todo depende de las manos en las que caiga y el uso que se le de, pero no hay que pasar por alto que esta disciplina, como otras de corte humanista desarrolladas en el siglo XX, presentan una inadvertida subversión conceptual en sus planteamientos básicos. Esto sucede especialmente con el planteamiento que se realiza y el uso que se da al principio de causalidad. El afán de fijarse en el para qué rechazando el por qué de las cosas, enfocando de esta forma la filosofía económica, empresarial e incluso moral, desde un enfoque utilitarista, recuerda en exceso al deseo concupiscible de enriquecimiento y honores personales y, más allá de esto, a los deseos narcisistas de omnipotencia infantil. Si un niño pudiera hacer coaching, sin duda elegiría como objetivo un pecho gigante e inagotable del que mamar eternamente, sin tener la más mínima intención de cuestionarse cuales son los motivos ocultos de sus deseos o, más delicado todavía, qué efectos van a tener sobre su integridad espiritual las decisiones teleológicas que está tomando. Si que importa el por qué, tanto como el para qué, ni más ni menos, y es un acto de temeridad tratar de ignorarlo y calificar a tal desidia de corriente filosófica y humanista. Más bien debería hablarse de corriente de superación al servicio de la codicia personal. Ya solo falta que, además de que no importe el por qué, lleguemos a la racionalizada convicción de que tampoco importa el cómo.
Es así como el analfabetismo del inconsciente va tergiversando los significados de las cosas para seguir su plan oculto sin que nada se interponga, obedeciendo a los deseos neuróticos inadvertidos de poder personal. Pero esto es algo que solamente unos pocos están dispuestos a aceptar y comprender, unos pocos como fueron los amigos José, Gustavo y Sigmundo, y para este pequeño circulo va dedicado este escrito, no para las masas del mundo contemporaneo en el que nos ha tocado vivir. Por esta tergiversación del principio de causalidad, suelen darse confusiones curiosas como, por ejemplo, la de la propia codicia con los deseos nobles de lograr altos objetivos financieros, cosas que no se necesitan, o niveles de ingresos que no obedecen a lo deseable por una mente que respeta el equilibrio natural de la vida. Y así el que antaño deseaba con fervor lo que hoy en día posee, hoy ya no se siente satisfecho con ello y anhela lograr un objetivo mayor todavía, en el que cree que va a encontrar la satisfacción de su voracidad inconsciente, llamando a tal impulso deseos de progreso, perfeccionamiento y desarrollo. Y lo único que progresa en el fondo, es el sentimiento de insignificancia e inferioridad que todos llevamos dentro, y que tratamos de compensar a través de este tipo de autoengaños lúcidos.
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