Cuando una persona acude a la consulta de un psicólogo suele tener un concepto poco claro de lo que es un proceso psicoterapéutico. Esto sucede tanto si busca tratar una psicopatología como iniciar un proceso de desarollo personal. Una terapia consiste en la aplicación de ciertas técnicas y remedios a la solución de un problema. Cuando las técnicas aplicadas son de naturaleza psicológica y se dirigen a la correción y equilibrado del psiquismo humano se habla de psicoterapia. La psicoterapia se define como un proceso de influencia personal en el que un profesional del campo de la psicología o la psiquiatría, ayuda a otra persona a superar cierta problemática vital relacionada con la regulación de su psiquismo a nivel cognitivo, emocional, conductual, interpersonal y social, en sus aspectos conscientes o inconscientes. El proceso psicoterapéutico es un proceso de transformación individual que requiere una colaboración activa del sujeto, lo que significa que este tendrá que realizar un análisis exhaustivo de si mismo, con el apoyo del terapeuta, seguido de ciertos cambios en su vida, sus hábitos y su forma de actuar. Pero generalmente las personas creen, de forma ingenua, que estos procesos se limitan a «charlar» con el terapeuta y que tras estas charlas profesionales, sea en forma de consultas o de diálogo socrático, van a cambiar y solucionar su problema sin más en un «par de sesiones» o un «par de meses». Esta creencia ha derivado de la imagen difundida popularmente de la terapia psicoanalítica, en la que se ha querido ver el recibir psicoterapia simplemente como el hablar con un profesional que se limita a escuchar a uno, sin que el proceso terapéutico implique que uno asuma un cambio de sus hábitos de vida tales como la alimentación, hacer ejercicio físico, hacer ejercicio mental, o sanear sus relaciones lúdicas, sociales y personales. Es así como suelen preguntar en la primera consulta, como es lógico, que «cuantas sesiones les van a hacer falta». La realidad es que cada persona y cada caso son un mundo, y nose puede definir a priori cuantas sesiones va a llevar un proceso de cambio o curación, ya que este depende de múltiples factores personales y específicos de cada caso que son impredecibles, como el empeño, el interés y la dedicación que el sujeto ponga en la terapia. Otro de estos factores es el económico, factor importante pero no determinante ya que, si bien hay personas con pocos recursos, si estas saben aprovecharlos en un ritmo terapéutico regular y comprometido llegan a conseguir cambios sólidos y satisfactorios en su vida.
Un proceso psicoterapéutico requiere del análisis del mundo interno y la problemática de la persona a través de la entrevista, el diálogo socrático y la conversación analítica, más o menos directiva por parte del terapeuta, pero esto no es todo. Es muy habitual que las personas acudan a terapia y se limiten a poner todas sus expectativas en «hablar de sus problemas» y ninguna en comprometerse a «hacer lo que tienen que hacer» para conseguir cambiar. Esto se debe, en gran parte, a que tenemos metida en la cabeza la cultura de lo rápido, lo cómodo y lo fácil, la cultura de la pastilla para curarnos sin que nosotros hagamos nada por este cambio más allá de ir a un profesional para que nos toque con su varita mágica y nos transforme. Además de esto, hay algo frecuentemente ignorado por la gente y es el hecho del apego masoquista a sus problemas y sus dramas personales, de manera que el hecho de que afirmen que quieren cambiar o acabar con tal situación, es una afirmación parcial y contradictoria, ya que en otra parte de su cabeza temen y repudian profundamente lo que significa en realidad el cambio del que hablan. Esto se relaciona muchas veces con el miedo a enfrentar las propias carencias, el miedo al dolor, a la soledad, el miedo al esfuerzo, o el miedo o a salir del confort de la propia jaula mental. Decir que se quiere cambiar es algo que puede resultar muy romántico en un momento dado y adornar adecuadamente la imagen personal, incluso la que uno tiene de si mismo. Pero cuando uno habla de un cambio, según la profundidad psíquica en la que su problema enraíce, puede resultar tan ingenuo y falto de significado como afirmar que uno quiere hacer cumbre en el monte Everest creyéndose que habla de la colina de su pueblo. Está claro que hay muchos niveles diferentes de cambio, y diversos procesos de desarrollo, unos más accesibles y otros menos, unos más cortos y otros más largos, pero lo que le va a llevar a cada uno su cambio presente es algo que definen los procesos naturales de la vida, unidos a la voluntad del cliente, y no un contrato terapéutico.
El éxito terapéutico y el cambio real en una persona depende solo en un 50 % de la relación y la alianza terapeutica, ya que el otro 50 % depende de que la persona ponga en práctica el resultado de los análisis de su mundo interno y las referencias que el terapeuta le da. El problema con la parte práctica suele ser que la persona no se aplica en hacer cambios con la suficiente intensidad e insistencia, de manera que acaba autoconvenciendose de forma engañosa de que «esto no funciona». El problema suele estar en la debilidad del carácter del sujeto, su falta de constancia y su impaciencia, ya que solemos tener un ritmo interno mucho más acelerado que el ritmo de la naturaleza, y nos desesperamos ante la lentitud del proceso natural que implica un cambio real. Este problema puede equipararse a un estudiante universitario que va a formalizar la matricula del primer curso y le pregunta a la administrativa que «cuántas clases» va a necesitar para sacar el título, y cuánto tiempo le va a llevar. Es de esperar que reciba un choque considerable cuando su «escala temporal de clases» sea contrastada con la «escala temporal de años» que la realidad impone para conseguir tal objetivo, años de clases, estudio, practicas, inversión económica y esfuerzo sostenido. Si una carrera profesional requiere tal dedicación para, una vez sacado el titulo, ser un simple aprendiz titulado de la profesión, cuanto más exigente podría ser el proyecto vital de convertirse en una persona equilibrada, exitosa y feliz.
Hay que comprender que los procesos de curación y cambio psicoterapéutico real pueden abarcar periodos de tiempo relativamente extensos, tiempo en el que el cambio se da de una forma progresiva a lo largo de diferentes ciclos. Una de las características mas esenciales y desesperantes del psiquismo humano es su tendencia a la repetición cíclica y mecánica. La realidad es que nos repetimos una y otra vez en nuestras pasiones y conflictos de una forma compulsiva. La psique se halla sometida a estos automatismos funcionales, es decir, psicologicamente las personas actuamos de forma mecánica e inerte, razón por la cual en un momento dado uno acude a un psicoterapeuta, ya que la persona se da cuenta de que no es dueña de cierto o ciertos aspectos de su vida en los que se repite sistemáticamente a pesar de la inconveniencia del hecho, ya se trate de un hábito pernicioso, una forma de vida perjudicial o una relación sentimental enferma. La psicología dinámica llama a esta tendencia compulsión de repetición, la que, en ocasiones, se asocia a una serie de afecciones o contenidos psíquicos que la psicología analítica ha denominado complejos autónomos. Sea de la naturaleza que sea el complejo que provoca la problemática que uno padece, lo cierto es que para salir de tal estado de cosas hace falta no solamente analizar los contenidos internos, sino aplicar técnicas de autocontrol que implican la generación y movilización de fuerzas lo suficientemente intensas para quebrar los mecanismos psicológicos que mantienen a uno en esta situación. Este hecho introduce el caso en la dimensión moral y caracterial del psiquismo, ya que de la misma forma que muchos de los problemas planteados se han producido por una marcada falta de voluntad y carácter, que ha hecho al sujeto provocar este tipo de afección sin percatarse, es precisamente el desarrollo de esa voluntad y ese carácter del que se carece lo que va a hacer que uno supere la situación en la que se encuentra.
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