Los problemas de la alimentación son algo muy delicado y mucho más frecuentes de lo que se piensa. En principio se entiende por estos la anorexia y la bulimia pero, si bien son los más importantes, no siempre son los más frecuentes ni los más extendidos. Por trastornos de la alimentación debemos entender, de forma genérica «desórdenes alimenticios», es decir, comer de una forma desordenada. Quizá este sea el trastorno alimenticio más sutilmente extendido en nuestra sociedad. El desorden en la alimentación abarca desde comer a deshoras y entre horas, las malas combinaciones de los alimentos, hacer comidas sin un menú definido y coherente, hasta el comer de forma impulsiva o compulsiva.
Los desórdenes alimenticios se asocian íntimamente a lo que se conoce como «hambre psicológica», y otro fenómeno no tan conocido como es el «hambre por estrés». La realidad es que no siempre sabemos diferenciar el hambre fisiológica, de estos dos tipos de «hambre ficticia», lo que provoca que caigamos en nuestras compulsiones y las hagamos cada vez más fuertes. El hambre psicológica podemos decir que es el «hambre de» algún alimento particular, el antojo, normalmente cuando no existe una necesidad física real, sino más bien afectiva encubierta. El hambre por estrés, se debe especialmente a un desorden hormonal, que acaba cronificándose y provocando alteraciones en el peso y obesidad, que difícilmente se pueden corregir por las dietas, ya que corregir un desorden hormonal implica solucionar el desorden afectivo que este esconde. Muchas veces la gente que padece sobrepeso, por ejemplo, no es capaz de adelgazar definitivamente por el hecho de no haber digerido o procesado una situación vital en la que se encuentra estancada y que le da miedo romper.
Psicológicamente hablando, tras los desórdenes alimenticios se encuentran carencias afectivas y conflictos emocionales, que muchas veces se remontan a las fases tempranas de la vida, como la lactancia, o experiencias traumáticas de fases posteriores infantiles, entre las que se incluye unos padres ausentes, falta de cariño, o una sociedad enferma con la delgadez y la estética que sobre estimula a la juventud saturándola de mensajes que promueven modelos estéticos inapropiados. Estas carencias afectivas son la base de una baja autoestima, que muchas veces trata de compensarse con la lucha por ajustarse a ideas sobrevaloradas e idealizadas sobre la imagen corporal y la delgadez. La terapia consiste en entrar en el significado de las propias carencias y cambiar las creencias estéticas sobrevaloradas, corrigiendo a la vez los malos hábitos alimenticios para sustituirlos por nuevas pautas libres de compulsión.